lunes, junio 05, 2006

DELGADEZ, ¿neurosis o distinción?

Por Eva Giberti (Psicoanalista)

La neurosis tiene múltiples maneras de expresar su potencia, pero se caracteriza por tratarse de un padecimiento que produce sufrimiento e infelicidad no sólo a quien la sufre sino también a sus acompañantes y familiares. Al respecto, una singular forma de ingresar en el mundo de la neurosis depende, actualmente, del sometimiento a las dietas. Para mantener la línea, las formas, la musculatura "firme", el género femenino —ya que se trata de una patología privilegiada por las mujeres— no titubea en someterse a regímenes de hambre, pasar horas y horas en los gimnasios e introducirse en formas culturizadas de la anorexia, es decir, la patología que conduce a no comer. O vomitar después de haberlo hecho.

El fenómeno se advierte ya en las niñas de nueve y diez años que "se cuidan" y se preocupan por "bajar" los gramos que según ellas "tienen de más".

Esta forma moderna de la neurosis —colocada sobre el cuerpo— se inscribe en el orden del sometimiento no sólo a una determinada moda, sino a la imagen que ellas suponen es la que atraería al varón. A lo cual debemos añadir, para no caer en equívocos ideológicos, que la pretensión de atraer al varón es parcialmente válida. El deseo de mantenerse en la línea apunta, fundamentalmente, a ser evaluada por las otras mujeres, al temor de ser criticadas por ellas o convertirse en motivo de burla para el grupo de amigas y conocidas. Puesto que la crítica que con frecuencia dimana desde el género respecto de aquella que no responde a los cánones supuestamente ideales, es feroz, cruel y discriminatoria.

Es obvio que esta forma de neurosis responde a políticas socioculturales que promueven imágenes de mujeres delgadas, deportistas, esbeltas y saludables. Lo cual sería el efecto de una vida sana, en contacto con el deporte, la naturaleza, etc. Pero no es así como sucede, exceptuando a quienes son deportistas: la silueta se mantiene a través de dieta y gimnasios y no aparece acompañada por la vivencia de bienestar que resulta de una vida considerada saludable. Más aún, el cigarrillo suele ser el elemento utilizado "para no tener hambre".

Estas imposiciones político-culturales no son ajenas a la necesidad de mantener un sojuzgamiento sobre el cuerpo de las mujeres —promovido por nosotras mismas en este caso— tal como sucedió y sucede actualmente.

El cuerpo de la mujer torturado por medio del corsé, cuando en tiempos de los Luises de Francia su uso era imprescindible, la perforación del lóbulo de la oreja para colgar los aros, las pruebas que se efectúan sobre ella cuando se intentan fecundaciones in-vitro, la ablación del clítoris que —aún— se practica en innumerables países africanos, ese cuerpo femenino torturado infinita e interminablemente por prácticas de diversa índole hoy encuentra su culminación en las dietas. Lo cual debe significarse de acuerdo con una cuidadosa evaluación porque se trata de una tortura impuesta por un sector de mujeres y no por un violentamiento masculino.

Dicho sea de paso, las psicoanalistas estamos habituadas a escuchar las protestas de aquellos hombres que critican duramente la flacura de las mujeres, a las que luego no se atreven a enfrentar para que modifiquen su forma de proceder, porque ellos mismos tienen miedo de quedar en ridículo si aparecen con una acompañante que no esté suficientemente estilizada.

El mecanismo de sometimiento neurótico es el que está en juego en estos casos y yo me pregunto cuál es el alcance de los movimientos de liberación de la mujer que no consiguen (no conseguimos) advertir respecto del problema. Porque resulta paradojal —y eso no sería grave— liberarse de determinadas opresiones pero mantener o propiciar otras, en este caso la opresión de un modelo de cuerpo que exige vivir en estado de insatisfacción respecto de la comida, y de exigencia respecto de las distintas variantes de la gimnasia.

La domesticación del cuerpo de la mujer fue un fenómeno histórico, particularmente a través de su capacidad reproductiva: se la entrenaba para parir y amamantar (y si era preciso, morir "de parto), también por medio de uso de ropa incómoda. Pero en este momento, tanto entre nosotros como en otros países, el fenómeno de la delgadez incorpora una nueva forma de domesticación que compromete el narcisismo femenino y conduce a que las mujeres vivan pendiente de lo que marca la balanza, pensando en su peso cada vez que deciden comer.

Por cierto este comentario que aquí introduzco no se relaciona con el cuidado racional de quienes deciden comer para vivir, sin caer en excesos y que, por el contrario, son capaces de disfrutar de su comida sin pensar en los gramos que incorporan a través de cada bocado. La moralidad neurótica que describo se diferencia netamente de aquellos que cuidan sus cuerpos comiendo de acuerdo con dietas que cubren las necesidades del organismo. Ser delgada como un modo no sólo de estar "a la moda" sino de adquirir poder sobre los demás sintiéndose "superiores", caracteriza una modalidad no sólo neurótica sino peligrosa por los estragos que puede producir en el metabolismo y el equilibrio de la personalidad. A lo que debemos añadir que tal exigencia corporal ha producido un desconcierto en lo que respecta al uso del tiempo horario: atender a la preparación de los alimentos y asistir al gimnasio terminan reorganizando el tiempo de quien las practica, en detrimento de otras ocupaciones.

Entre la gordura patológica y la flacura excesiva no hay demasiadas diferencias en cuando a la utilización del cuerpo. Este dato parece ser ignorado por quienes se suponen sanas y mejores por ostentar los huesos como emblema de distinción.

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