Me gusta ver cocinar a los hombres, y de entre los hombres que cocinan bien, me gusta Pablo. Y me gusta porque no tiene más pretensiones que ser lo que es, un buen cocinero. Lejos está del histrionismo de Donato o los chillidos de Martiniano; Pablo parece un pibe normal, de barrio; incluso poco suelto para la propaganda del ron que lo auspiciaba, o con un vocabulario un poco reducido. Él dice de algún plato "esto está bárbaro", "te vuela la cabeza", nunca diría que se trata de algo "de sabor cítrico con un regusto de jengibre". Es que Pablo es cocinero, no actor, ni locutor, ni niguna otra cosa.
Un pibe que viajó por el mundo, sí, pero sin alejarse demasiado de sus orígenes. Y esto es algo que se nota incluso en su cocina, como él mismo dice: “Yo rescato algo de lo autóctono pero con identidad propia, no me identifico con la cocina fusión. ¿Pero por qué no habría de cocinar un sabroso chorizo de Tandil? El estilo Massey incluye mucho aceite de oliva, ajos, chilis, mayoría de carnes argentinas. Me gusta la bondiola, la entraña, las mollejas, hacer un puchero, incorporar pedazos de carne raros como los cachetes de la vaca. Lo que pasa es que acá hay demasiada vaca, y se come sólo la mejor parte.”
Me encantan sus recetas con polenta, y le perdono que haya aceptado ser la imagen de la sureña grillada de Mc Donald's, aún en el momento de mayor desconfianza sobre los productos de la cadena de fast food. Es que él lo hizo de una, "Si lo hubiera pensado tanto tal vez no lo hubiera hecho...", dijo.
Se me hace que Pablo tiene algo exótico...debe ser un tipo normal.
Como me gustan a mí.
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